Aquella
niña tenía por costumbre pasarse las tardes dibujando, tumbada en
el salón de su casa sin más compañía que el sonido de un programa
de dibujos animados que solían emitir por aquellas horas en
televisión. Ella, aun siendo pequeña todavía, tenía mano de
artista, y disfrutaba tanto dando vida a sus creaciones que a veces
no se daba cuenta de lo que sucedía a su alrededor de tan absorta
que la mantenía su afición.
Cuando terminaba sus creaciones, le gustaba enseñárselas a su madre, que frecuentemente se encontraba haciendo sus tareas en alguna otra habitación de la casa. Un día, la niña terminó un dibujo que en particular le gustaba, de modo que siguiendo el procedimiento habitual, llamó a su madre para que fuese a verlo, utilizando ese tonillo característico de las personas mimadas:
Cuando terminaba sus creaciones, le gustaba enseñárselas a su madre, que frecuentemente se encontraba haciendo sus tareas en alguna otra habitación de la casa. Un día, la niña terminó un dibujo que en particular le gustaba, de modo que siguiendo el procedimiento habitual, llamó a su madre para que fuese a verlo, utilizando ese tonillo característico de las personas mimadas:
-¡Mamá!
No
tardó en llegar una respuesta desde el dormitorio, que se situaba al
fondo de un largo pasillo.
-¡Dime!-decía
la voz de su madre, con esa dulzura que la caracterizaba.
-¡Ven,
corre!
Y
dado el aviso, la niña retomó su tarea con otro dibujo diferente,
sabiendo que su madre no tardaría en llegar. Pero cuando pasó un
largo rato y la muchacha se apercibió de que su madre tardaba,
repitió:
-¡Mamá!
-¿Qué?
-¡Ven!
A
la niña le extrañó mucho que el tono de la voz de su madre fuese
tan calmado.
Ella la sabía bondadosa, pero también tenía la
certeza de que su madre se molestaba cuando se le repetían las
cosas. Decidió probar suerte y repetir la llamada. Un "qué"
idéntico al anterior fue la respuesta.
Ya
inquieta, la niña decidió dirigirse al dormitorio a comprobar si
todo iba bien. Pero cuando iba por la mitad del gran pasillo y
distinguía con toda claridad la puerta del dormitorio, se escuchó
un sonido de llaves proveniente de la puerta principal. Como si la
hubiese activado un resorte, la niña se dirigió corriendo al
recibidor. Cuál sería su sorpresa al ver asomarse por la puerta a
su madre, que entraba en la casa cargada de bolsas de la compra.
-¡Cariño!
Me he ido un rato a comprar, esta mañana se me han olvidado un par
de cosas para la cena. Pensé que no te darías cuenta, tan absorta
como estabas en tus dibujos... ¿Por qué me miras así?
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