domingo, 13 de abril de 2014

Prometeo

Prometeo era un titán que estaba siempre al lado de los mortales.
Un día sacrificó a un buey que dividió en dos partes. En una de ellas ocultó en el vientre del animal las vísceras y la carne, y en otra que hizo ver más apetitosa al cubrirla de grasa, escondió bajo ésta sólo los huesos. Así, hizo elegir a Zeus qué parte quería quedarse él como sacrificio y qué parte dejaría para los mortales y, dejándose llevar por las apariencias, aceptó la parte que estaba recubierta de grasa. Cuando vio sólo huesos en el interior, se llenó de ira y castigó a los mortales privándoles del fuego.
Prometeo, siempre a favor de los hombres, decidió subir al monte Olimpo y robar el fuego cogiéndolo del carro de Helios. Cuando Zeus conoció la nueva traición de Prometeo, ordenó a Hefesto que creara a una mujer de arcilla que llamaría Pandora, a la que el propio Zeus le daría vida y la enviaría a casa del hermano de Prometeo, Epimeteo, en cuyo hogar residía una ánfora que contenía todas las desgracias con las que Zeus castigaría a la humanidad. Prometeo advirtió a su hermano de que no aceptara los regalos que los dioses pudieran enviarle, pero haciendo caso omiso, se casó con Pandora. Pandora fue creada para que, por medio de su curiosidad, acabara mirando lo que la ánfora contenía y se liberaran todas las penurias que contenía (aunque popularmente se conoce como una caja que Pandora acabó abriendo a pesar de las numerosas veces que Epimeteo advirtió a su esposa de que no lo hiciera), y así la venganza de Zeus para con los mortales quedaría resuelta. De la ánfora salió una especie de niebla negra que se volatilizó en seguida, desatando la pobreza, el hambre, el egoísmo... y sólo un sentimiento positivo: la esperanza.
A Zeus solo le quedaba vengarse de Prometeo, que lo castigó ordenando que lo llevaran al monte Cáucaso y lo encadenaran entre Bía y Cratos. Una vez encadenado allí, mandó a un águila a que todos los días se comiera el hígado de Prometeo, y como el titán era inmortal, su hígado se regeneraba día tras día. El castigo debería ser eterno, pero Heracles descubrió a Prometeo sufriendo mientras el águila volvía a devorar su vientre, por lo que le salvó matando al águila con una flecha.

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