domingo, 13 de abril de 2014

Madre

Marian era una mujer feliz con su maternidad.
Tenía dos hijos, Marc y John, con 6 y 7 años; y una hija, Lucy, de pocos meses, que era el centro de todas las miradas y que recibía todo el amor que podían darle.
Lo único que empañaba la felicidad de Marian era que su marido Charles apenas pasaba tiempo en casa, ya que su trabajo como contable le ocupaba la mayor parte del día, incluso cuando se encontraba en casa estaba trabajando.
Por ese motivo Marian tenía que cuidar a sus hijos ella sola.
Aquella noche estuvo hasta las 4 de la mañana acunando a Lucy hasta que ésta decidió dejar de llorar, por lo que se acostó deseando dormir.
Sin embargo, pocos minutos después, un grito infantil desgarrador sacudió la casa.
Salió corriendo hacia la habitación de sus hijos y se encontró a Marc llorando desconsoladamente en su cama. Debía haber tenido una pesadilla y, aterrado, había mojado la cama.
Aquello se repetía desde el nacimiento de su hermana, quizás en un intento de llamar la atención de sus padres.
-Marc, como vuelvas a mearte en la cama, te corto el pito. Te lo advierto, ya eres mayorcito para seguir haciendo estas cosas. - Le decía mientras cambiaba las sábanas y le daba la vuelta al colchón.
Cuando volvió a la cama, en la que su marido ya volvía a dormir apaciblemente, eran las cinco de la mañana, hora de preparar un biberón para Lucy. Después tuvo que preparar el desayuno a su marido, por lo que aquella noche no durmió absolutamente nada.
Su marido fue a trabajar pese a ser día festivo, pero sus hijos se quedaron en casa, por lo que un día más tuvo que cuidar de ellos en solitario.
Marc, cansado por la noche anterior, se quedó dormido después de comer mientras John jugaba en el suelo de la habitación apaciblemente. Marian aprovechó aquél momento de tranquilidad para bañar a Lucy, ya que el resto del día temía lo que pudiese hacer su hijo para llamar la atención.
Sin embargo, cuando aún no había acabado de bañar a su hija, oyó otro aullido desgarrador. Era Marc.
-¡Marc! Marc ¿Qué te pasa? ¡John! ¿Qué le pasa a tu hermano?
John llegó corriendo al baño y, cuando Marien le vio pensó que se le caía el alma al suelo.
-Marc se ha vuelto a hacer pipí y le he cortado el pito como dijiste.
Sin pensar en nada más, Marien se levantó y se dirigió hacia John, que dejó caer el minúsculo pene sanguinolento y las tijeras al suelo, y salió corriendo para evitar la reprimenda de su iracunda madre.
Ésta corrió hacia la habitación y se quedó paralizada al ver a Marc desangrándose sobre la cama y gritando.
Lo cogió en brazos y corrió hacia el garaje para llevarlo al hospital. Ya solo sollozaba, la pérdida de sangre le estaba debilitando.
Lo colocó con cuidado en el asiento trasero de su todoterreno, arrancó y salió a toda velocidad hacia la calle. El todoterreno se levantó repentinamente desde atrás y se oyó una explosión, pero Marian lo ignoró preocupada como estaba por su hijo. Cuando ya giraba para incorporarse a la carretera de la calle en la que vivían, se percató de que Lucy aún se encontraba en la bañera.
Detuvo el todoterreno y bajó para salir corriendo hacia la casa.
Sin embargo cuando llegó era demasiado tarde. Su hija pequeña, incapaz de mantenerse sentada en la bañera sin ayuda, flotaba bocabajo sobre el agua. Cualquier intento de reanimarla fue en vano, pero la cogió y la llevó corriendo al coche.
Sin embargo, al acercarse al todoterreno, se resbaló con un charco de sangre. En principio pensó que sería de Marc, pero estaba demasiado lejos del vehículo. Se giró un poco y lo comprendió todo.
John, al huir de su madre, se había escondido bajo el todoterreno y, al arrancar éste y salir rápidamente, Marian le había aplastado la cabeza y se la había reventado, provocando la explosión que había ignorado.
La mujer cayó de rodillas sobre el suelo, con el semblante inexpresivo y permaneció así varios segundos.
Después se incorporó, con el cadáver del bebé aún en los brazos, se dirigió hacia el coche y recogió el cuerpo ya inerte de Marc. Metió a ambos en la casa y después regresó a por el cuerpo de John, que tomó con cuidado para no desparramar más aún sus sesos por el asfalto.
Cerró la puerta y no volvió a salir.
Al anochecer llegó Charles, quien se encontró el todoterreno de su esposa bloqueando el acceso al garaje, por lo que aparcó su coche junto a la acera y se dirigió a la casa. Casi cayó al suelo al pisar lo que parecía una mancha de aceite, pero abrió la puerta sin problemas.
-¿Marian? -No, aquello no era aceite, era sangre y posiblemente fuese la misma que recorría la entrada y subía las escaleras al segundo piso - ¿Marian? ¿Qué ha ocurrido?
Siguiendo el camino formado por la sangre seca, cada vez más asustado, Charles llegó al baño y abrió la puerta blanca marcada con una mano ensangrentada.
Al otro lado encontró a su mujer en la bañera, abrazando a sus tres hijos. Todos muertos.
Bañados en su propia sangre.


                                                                               26 de Septiembre de 2005, Boston Herald


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