domingo, 13 de abril de 2014

Dríades

En tiempos de la antigua Grecia, en un frondoso bosque cercano a la gran ciudad de Atenas, existió un claro en el cual un hermoso y enorme roble se erigía majestuoso, siendo el único roble de la zona. Este árbol era venerado por los atenienses y las gentes cercanas, puesto que allí habitaba desde hacía siglos la dríade Narín, el hada de los ojos dorados. Esta dríade custodiaba el inmenso roble y era a la que todos invocaban y entregaban presentes para que intercediese en su favor cada vez que alguien se adentraba en el bosque para cruzarlo o cazar.
Tiempo después, cuando Atenas, y toda Grecia, cayó bajo el poder de Roma, un senador romano decidió instalar allí su residencia y, para construir su villa, mandó talar los árboles colindantes, incluyendo el roble de Narín. Todos los lugareños le advirtieron que si el roble se talaba, la ninfa que lo habitaba moriría, y sobre él caería la desgracia y el castigo de tremendo atrevimiento. Pero el senador, incrédulo de las supersticiones, lo mandó talar el primero. Durante los 40 días y 40 noches que duraron las obras, todos oyeron el eco de los lamentos de la dríade que allí había muerto.
Cuentan, que cuando al fin se inauguró la villa, una terrible tormenta asoló Atenas, y que del cielo cayeron rayos que mataron a todos los invitados del senador. Se dice también, que más que truenos se escucharon gritos, que era la cólera de Zeus que se vengó así de la insensatez de aquel hombre. 

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