viernes, 11 de abril de 2014

Mamá

Aquel niño nunca había tenido pesadillas.
Aquel niño siempre había dormido bien.
Aquel niño anhelaba que cayera la noche cada jornada para que su madre llegará del trabajo a tiempo para acariciarle la cara y darle un beso antes de que se durmiera.
Esa mañana se había levantado aún más contento que de costumbre pese a que, como siempre, su madre ya hubiera salido a trabajar.
La noche anterior, tras la tradición de la caricia y el beso, la voz de su madre le había susurrado "te quiero" al oído, haciéndole estremecer con un aire placenteramente frío.
No recordaba la voz de su madre, ya que ella solo le veía por las noches, quedándose sentada en su cama, y no le hablaba para no perturbar su sueño. Por eso aquellas palabras le habían grabado una sonrisa en el rostro.
Sin embargo, aquella sonrisa tan solo estaba pintada, pues, al caer de nuevo la noche, nadie acudió a acariciarle la cara. Ningunos labios rozaron su piel. Y ninguna voz le hizo estremecer.
Nadie se sentó en su cama. Nadie le observó mientras dormía.
Y por primera vez en su vida, no durmió. No pudo dormir.
Se levantó y acudió a la habitación de sus padres. Aún solo dormía allí su padre, que se preocupó cuando vio que su hijo le despertaba.
-Papá ¿Por qué mamá no ha vuelto esta noche a casa?
El hombre le miró preocupado, le pasó un brazo por los hombros y le revolvió el pelo.
-Pero hijo, ya te conté que tu madre murió en el parto. 

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