Era
ya la quinta noche seguida que aquel estudiante no conseguía
conciliar el sueño. Arrastraba un grave problema de insomnio desde
que comenzó la carrera, problema que estaba comenzando a afectar a
su vida social y a su rendimiento académico. Infusiones, somníferos
y remedios de toda clase no daban resultado, o dejaban de darlo
pasadas unas semanas de tratamiento. Su carácter, antaño alegre y
vivo, había degenerado hasta convertirlo en un ser huraño y
callado, rayando casi en la misantropía.
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A la mañana siguiente, el joven se despertó y cayó en la cuenta de que había conseguido dormir gracias a aquellas misteriosas luces. En su interior, se sintió muy agradecido a quien fuese que las hubiese colocado, y se dispuso a comenzar la jornada con fuerzas renovadas.
Desde
aquel día, el estudiante sólo tenía que quedarse mirando aquellas
curiosas luces para conseguir dormir como un ángel. Su carácter
volvió a ser el de antes y sus relaciones sociales mejoraron mucho.
Incluso sus notas, que al principio eran medianamente aceptables, se
vieron incrementadas a causa de la recuperación del sueño perdido.
Un
día, al joven le entró la curiosidad de saber de dónde provenían
aquellas luces que tanto bien le habían aportado. Abrió la ventana
de su habitación y escrutó con atención el paisaje de la ciudad,
buscando algún foco potencial de luz. Sin embargo, por más que
forzaba la vista, no conseguía encontrar dos fuentes de iluminación
semejantes y lo suficientemente próximas como para que la luz que
proyectaban llegase a distinguirse con tanta claridad.
Sin embargo, cuando al joven se le ocurrió bajar la mirada y vio el estado de la repisa, su corazón dio un vuelco. Todo el ladrillo estaba rayado, como si un animal se hubiese apoyado en él, y las marcas no eran precisamente pequeñas. En algunos puntos, incluso se apreciaban muescas horadadas en el material. Asimismo, el borde de madera de la ventana presentaba marcas de grandes garras, hasta el punto en el que había partes en las que la madera había sido completamente arrancada de su sitio.
Sin embargo, cuando al joven se le ocurrió bajar la mirada y vio el estado de la repisa, su corazón dio un vuelco. Todo el ladrillo estaba rayado, como si un animal se hubiese apoyado en él, y las marcas no eran precisamente pequeñas. En algunos puntos, incluso se apreciaban muescas horadadas en el material. Asimismo, el borde de madera de la ventana presentaba marcas de grandes garras, hasta el punto en el que había partes en las que la madera había sido completamente arrancada de su sitio.
Desde
aquel día, los problemas de insomnio del estudiante aumentaron.
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