Marian
era una mujer feliz con su maternidad.
Tenía
dos hijos, Marc y John, con 6 y 7 años; y una hija, Lucy, de pocos
meses, que era el centro de todas las miradas y que recibía todo el
amor que podían darle.
Lo
único que empañaba la felicidad de Marian era que su marido Charles
apenas pasaba tiempo en casa, ya que su trabajo como contable le
ocupaba la mayor parte del día, incluso cuando se encontraba en casa
estaba trabajando.
Por
ese motivo Marian tenía que cuidar a sus hijos ella sola.
Aquella
noche estuvo hasta las 4 de la mañana acunando a Lucy hasta que ésta
decidió dejar de llorar, por lo que se acostó deseando dormir.
Sin
embargo, pocos minutos después, un grito infantil desgarrador
sacudió la casa.
Salió
corriendo hacia la habitación de sus hijos y se encontró a Marc
llorando desconsoladamente en su cama. Debía haber tenido una
pesadilla y, aterrado, había mojado la cama.
Aquello
se repetía desde el nacimiento de su hermana, quizás en un intento
de llamar la atención de sus padres.
-Marc,
como vuelvas a mearte en la cama, te corto el pito. Te lo advierto,
ya eres mayorcito para seguir haciendo estas cosas. - Le decía
mientras cambiaba las sábanas y le daba la vuelta al colchón.
Cuando
volvió a la cama, en la que su marido ya volvía a dormir
apaciblemente, eran las cinco de la mañana, hora de preparar un
biberón para Lucy. Después tuvo que preparar el desayuno a su
marido, por lo que aquella noche no durmió absolutamente nada.
Su
marido fue a trabajar pese a ser día festivo, pero sus hijos se
quedaron en casa, por lo que un día más tuvo que cuidar de ellos en
solitario.
Marc,
cansado por la noche anterior, se quedó dormido después de comer
mientras John jugaba en el suelo de la habitación apaciblemente.
Marian aprovechó aquél momento de tranquilidad para bañar a Lucy,
ya que el resto del día temía lo que pudiese hacer su hijo para
llamar la atención.
Sin
embargo, cuando aún no había acabado de bañar a su hija, oyó otro
aullido desgarrador. Era Marc.
-¡Marc!
Marc ¿Qué te pasa? ¡John! ¿Qué le pasa a tu hermano?
John
llegó corriendo al baño y, cuando Marien le vio pensó que se le
caía el alma al suelo.
-Marc
se ha vuelto a hacer pipí y le he cortado el pito como dijiste.
Sin
pensar en nada más, Marien se levantó y se dirigió hacia John, que
dejó caer el minúsculo pene sanguinolento y las tijeras al suelo, y
salió corriendo para evitar la reprimenda de su iracunda madre.
Ésta
corrió hacia la habitación y se quedó paralizada al ver a Marc
desangrándose sobre la cama y gritando.
Lo
cogió en brazos y corrió hacia el garaje para llevarlo al hospital.
Ya solo sollozaba, la pérdida de sangre le estaba debilitando.
Lo
colocó con cuidado en el asiento trasero de su todoterreno, arrancó
y salió a toda velocidad hacia la calle. El todoterreno se levantó
repentinamente desde atrás y se oyó una explosión, pero Marian lo
ignoró preocupada como estaba por su hijo. Cuando ya giraba para
incorporarse a la carretera de la calle en la que vivían, se percató
de que Lucy aún se encontraba en la bañera.
Detuvo
el todoterreno y bajó para salir corriendo hacia la casa.
Sin
embargo cuando llegó era demasiado tarde. Su hija pequeña, incapaz
de mantenerse sentada en la bañera sin ayuda, flotaba bocabajo sobre
el agua. Cualquier intento de reanimarla fue en vano, pero la cogió
y la llevó corriendo al coche.
Sin
embargo, al acercarse al todoterreno, se resbaló con un charco de
sangre. En principio pensó que sería de Marc, pero estaba demasiado
lejos del vehículo. Se giró un poco y lo comprendió todo.
John,
al huir de su madre, se había escondido bajo el todoterreno y, al
arrancar éste y salir rápidamente, Marian le había aplastado la
cabeza y se la había reventado, provocando la explosión que había
ignorado.
La
mujer cayó de rodillas sobre el suelo, con el semblante inexpresivo
y permaneció así varios segundos.
Después
se incorporó, con el cadáver del bebé aún en los brazos, se
dirigió hacia el coche y recogió el cuerpo ya inerte de Marc. Metió
a ambos en la casa y después regresó a por el cuerpo de John, que
tomó con cuidado para no desparramar más aún sus sesos por el
asfalto.
Cerró
la puerta y no volvió a salir.
Al
anochecer llegó Charles, quien se encontró el todoterreno de su
esposa bloqueando el acceso al garaje, por lo que aparcó su coche
junto a la acera y se dirigió a la casa. Casi cayó al suelo al
pisar lo que parecía una mancha de aceite, pero abrió la puerta sin
problemas.
-¿Marian?
-No, aquello no era aceite, era sangre y posiblemente fuese la misma
que recorría la entrada y subía las escaleras al segundo piso -
¿Marian? ¿Qué ha ocurrido?
Siguiendo
el camino formado por la sangre seca, cada vez más asustado, Charles
llegó al baño y abrió la puerta blanca marcada con una mano
ensangrentada.
Al
otro lado encontró a su mujer en la bañera, abrazando a sus tres
hijos. Todos muertos.
Bañados
en su propia sangre.
26
de Septiembre de 2005, Boston
Herald
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