lunes, 14 de abril de 2014

Mate

Narran los guaraníes, que la luna, Yacy, paseaba siempre curiosa, observando todo bajo ella. Los bosques, las lagunas, los ríos y las altas montañas. Cada noche contemplaba el mundo, con curiosidad infantil, como si fuese la primera vez.
El sol y las estrellas le contaban relatos de lo que había visto en sus visitas a la tierra, y las nubes maravillaban a Yacy con todo aquello que vivían cada vez que bajaban. Le contaban como vivían los animales, cuan bellas eran las flores y lo mágico de su aroma, el piar de los pájaros, el murmullo del río... Todo aquello no hizo más que agrandar la curiosidad de la Luna, que deseaba con fuerza pisar el verde manto terrestre.
Con este deseo se dirigió con su amiga Arai, la nube, a pedirle permiso a Kuarai, el dios sol, para poder bajar a la tierra una noche. Este, sabiendo los peligros que implicaban bajar a la selva, intentó disuadirlas. Pero tales eran las ganas de ambas, que no tuvo más remedio que acceder. A condición de que serían vulnerables a los peligros de la selva, como todos los humanos, pero estos no podrían verlas. Contentas y emocionadas por poder ver todas las maravillas de la tierra, marcharon felices.
Así fue como Yacy y Arai, la luna y la nube, bajaron a la tierra, convertidas en dos bellas jóvenes de pálida piel y larga cabellera.
Observaron asombradas como las arañas tejían, como vivía la gente en los poblados, sintieron el agua y el viento en su piel. Y se sentían fascinadas por todo aquello que habían visto desde el cielo.
Tan absortas estaban las diosas que no vieron aparecer al jaguar que las acechaba. Este, muerto de hambre las vio como un sabroso bocado. Estaba tan cerca que de un zarpazo serían suyas.
A tan solo unos segundos de la desgracia de muchachas, una flecha atravesó el cuerpo del jaguar. Un cazador guaraní había salvado la vida de las deidades sin darse cuenta, puesto que ellas eran invisibles. El cazador, cansado y feliz por la caza, se echó a descansar bajo la sombra de un árbol.


En sueños, las diosas se le aparecieron, vestidas de blanco, hablándole con cariño, ambas le agradecieron el haberle salvado la vida. Yacy le dijo, que como gesto de eterna gratitud, encontraría una planta que uniría a todas las tribus y sería símbolo de hermandad entre ellos.
Al despertar y volver con su gente, comprobó que la planta allí crecía. Así que el cazador buscó una calabaza hueca, y siguiendo las instrucciones de la luna, picó, secó las hojas y le añadió agua caliente. Tras esto, con una pequeña caña, probó la infusión.
El cazador compartió la bebida con su tribu, y estos se sintieron felices y en paz. Así nació la planta del mate, regalo de la Luna, símbolo de paz y fraternidad, para que los hombres se sientan unidos y la compartir convivencias, fomentar amistades o disfrutar simplemente en un agradable silencio, escuchando a la naturaleza. 

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